Las cifras, como las gotas, una a una, van cayendo y conformando un río. En este caso el de la pobreza: un total de 783 millones de seres humanos viven sin agua limpia, 2 mil 500 millones carecen de adecuadas condiciones de saneamiento…. Cifras escalofriantes que nos recordaba hace unas semanas el presidente de la Asamblea General de la ONU, John W. Ashe. “Erradicar la pobreza extrema es nuestra prioridad absoluta, y nuestra guía es el desarrollo sostenible. El acceso universal al agua potable, saneamiento y energía serán críticos en este aspecto”. Y es conocido también que ellas, las mujeres, se llevan la peor parte. Aunque ya se respiran los cambios… Hace unos días volví de África. Después de casi dos meses fuera, tenía la nevera vacía, así que bajé al supermercado a comprar básicos. Me llevé un paquete de seis cajas de leche, un par de tetrabriks de zumo, otro de caldo preparado y una botella de refresco de dos litros. Total 11 litros. Algunas verduras, pasta y queso. Calculé unos 13 kilos de peso, dividido en dos bolsas y debía andar tres manzanas de vuelta al piso. Chin, chan. Tuve que parar tres veces a cambiarme las bolsas de mano. Me desequilibraba a cada paso y llegué sudando a casa. Menos mal que eran solo tres bloques, pensé, unos diez minutos caminando. Esta anécdota de ‘mujer blandengue’ me hizo reflexionar. Pensé en las niñas y mujeres que había conocido durante estas semanas en Etiopía. Esas niñas que caminan una media de dos horas al día para llevar agua desde las fuentes hasta sus hogares. Llenan sus dos garrafas amarillas de 20 litros cada una, hasta la última gota, las cuelgan de una rama que apoyan como pueden sobre sus hombros y regresan con ellas, en general, en la cabeza. Esa imagen tan africana. Marchan sin parar, con paso firme y alerta. Con los cinco sentidos puestos en su ruta, muchas veces empinada y sin asfaltar. Atentas a las hienas, que a tantas mujeres han devorado ya en esos senderos, y sin perder de vista a los hombres que se cruzan, deseando tener suerte para que no las asalten, ni las rapten, ni las violen. Llegar sanas y salvas a casa cada día es una aventura sin garantías. Todo por el agua. Cuarenta litros. Según las estadísticas elaboradas por el Ethiopian Development Research Institute en el último censo sobre población y recursos en Etiopía (2007), la cobertura de agua potable en zonas rurales es del 66 por ciento y del 95 por ciento en zonas urbanas. El 27 por ciento de la población obtiene el agua directamente de los lagos, ríos y estanques y un 28 por ciento lo obtiene de pozos o manantiales no protegidos. Esto se traduce en que una gran parte de la población –mujeres en su mayoría– tiene que desplazarse a buscar agua fuera de sus hogares con los consiguientes problemas que se desprenden de esta molesta actividad. Agua para consumo y cultivos Cuarenta litros de agua que servirán para atender las necesidades hídricas de toda la familia. Las mujeres planifican cuidadosamente el consumo distribuyéndolo proporcionalmente para cocinar, para beber, para lavar ropa, para lavarse ellas y a sus niños, para regar el huerto, para los animales, etcétera. Según el informe Evaluación de género de los proyectos de Agua en Etiopía, de Intermon Oxfam, la participación de ellas en la producción de alimentos es fundamental. Emplean entre un 60 por ciento y un 80 por ciento de su tiempo de trabajo en actividades agrícolas. Esto significa que la seguridad alimentaria de las zonas rurales depende principalmente del trabajo de las mujeres. Mientras los hombres, en general, se dedican a la producción de cultivos comerciales, son ellas las que atienden la producción para la subsistencia familiar. Cultivan verduras y mantienen el ganado para alimentar a sus familias o vender en los mercados locales. Por tanto, el uso de esos 40 litros de agua es doble: el doméstico y para fines productivos. Si leemos entre las líneas de estos datos tan fríos podemos desmadejar el ovillo en asuntos prácticos del día a día. Por ejemplo, si las mujeres emplean unas dos horas en ir a por agua, en ese tiempo no pueden hacer otras cosas como trabajar para generar ingresos o estudiar para acceder a puestos de trabajo de mayor responsabilidad, potenciando así la autoestima y el reconocimiento. Además, si recorren largas distancias y cargan durante horas con ese peso se desencadenan problemas de salud como dolores de espalda –aplastamiento de vertebras, desviación de columna, etc.– que pueden, incluso, tener consecuencias negativas al dar a luz, dificultando el momento del parto.