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México

Sociedad contemporánea y futuro de la arquitectura: potencialidades transformadoras y desafíos


Por Enrique Ortíz Flores

 

La nueva era conlleva graves y complejos desafíos (…)
responder al deterioro social y a la creciente marginación
del diseñador respecto a proyectos de contenido social.

Carta UIA/UNESCO de la formación
en arquitectura (junio 1996).

 

Por ser un ámbito interdisciplinar que “comprende las humanidades, las ciencias físicas, técnicas y las artes creativas”, la arquitectura es hoy altamente atractiva frente a la especialización, la masificación de las soluciones, la individualización y la mercantilización que hoy imperan en todos los ámbitos del quehacer profesional.

Sin embargo, el ejercicio de la arquitectura se enfrenta hoy a prácticas institucionales y privadas que, en aras de asegurar su capacidad de control social, fomentan la homogeneización de las soluciones y el reduccionismo en cuanto al papel que puede cumplir el arquitecto. Control que se impone mediante normas y procedimientos administrativos que dejan poco espacio al manejo creativo de la complejidad. Esta, implica la diversidad de climas, paisajes y condiciones físico-ambientales que determinan los lugares y su relación con la diversidad de culturas, posibilidades, capacidades y sueños de sus habitantes.

Así, a la vez que crece el número de jóvenes interesados en formarse como arquitectos y se multiplica irracionalmente el número de escuelas de arquitectura, hay cada vez menos posibilidades de ejercer como arquitecto.

Las nuevas tecnologías, la mercadotecnia y las relaciones públicas permiten a unos pocos ejercer una creatividad sin límites, exaltada por las revistas de arquitectos, rayando muchas veces en la irracionalidad estructural y de costos, en tanto que la mayor parte de los arquitectos que egresan de las universidades y “escuelas de arquitectura” no tienen trabajo o deben conformarse con realizar prácticas marginales y parciales como sembrar prototipos, tramitar licencias, elaborar bitácoras o informes de avances de obra.

Hoy se sabe que en México el 80% de los egresados de las escuelas públicas de arquitectura y el 60% de las privadas no ejercen su profesión, en tanto que el 60% de nuestras viviendas son autoproducidas por la población ubicada por debajo de la línea de pobreza, sin asistencia técnica otorgada por arquitectos y sin apoyos institucionales.

El mundo contempla hoy un boom de construcciones urbanas impulsado por el capital especulativo, hoy predominante, e incluso por el lavado de capitales provenientes del crimen organizado.

Crece el número de torres, centros comerciales y edificios de oficinas, muchos de ellos vacíos o semivacíos, que más que resolver necesidades sociales contribuyen al caos urbano y al desalojo de la población de bajos recursos.

Aunque generan trabajo para los despachos arquitectos bien relacionados, quedan lejos de contribuir a la solución y atención de los requerimientos de una sociedad crecientemente desigual y empobrecida.

Muchos de los estudiantes, principalmente de las universidades públicas, provienen de barrios populares y se les forma  para proyectar y construir en un campo del ejercicio profesional saturado y lejano a las necesidades de sus comunidades. Quieren aprender a ser empresarios y quedan sin armas para emprender un camino propio en un “mercado” que opera bajo una lógica diferente.

A estas contradicciones se suma hoy el desprecio por todo aquello que no responda a la racionalidad del dinero. Sin ninguna consideración se destruye tanto el patrimonio histórico como el popular, tanto para el desarrollo de megaproyectos urbanos como para “modernizar” el campo y despojar a las comunidades de sus lugares y de sus recursos con el pretexto del desarrollo, el crecimiento económico y la productividad.

Se desprecia y destruye la arquitectura vernácula y se la sustituye por vivienda y construcciones grises de tabicón, block de cemento y losa de concreto, acabando con la rica diversidad arquitectónica de nuestros pueblos y ciudades, convirtiendo nuestro panorama rural y urbano en ciudades y pueblos grises sin personalidad alguna.

Algo está mal, tanto en las políticas públicas que han sido incapaces de enfrentar estas contradicciones como en los programas de formación  de los arquitectos en las universidades y en el ejercicio mismo de la profesión.

El mes de la arquitectura podría hacer conciencia pública sobre estas contradicciones y sus consecuencias económicas, culturales y estéticas y abrir debates sobre sus impactos y posibilidades de cambio y de los procesos y las modalidades de intervención para enfrentarlos.

Esto a través de:

  • la enseñanza de la arquitectura
  • la intervención pública
  • los colegios de arquitectos
  • los estudiantes de arquitectura
  • los movimientos sociales urbanos y rurales
  • las ONG y otros grupos profesionales críticos y experimentados en el campo del hábitat y la vivienda

Durante el mes de octubre podrían organizarse foros, exposiciones, diálogos interactorales, visitas de campo, intercambio de experiencias que ilustren y complementen los debates.

Fotografías:
CC BY-NC-SA etringita
CC BY Thomas Stellmach





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