La debacle de la vivienda en México
México, Diciembre 2017
El presente texto constituye la última parte de cinco, englobadas en la investigación titulada "La debacle de la vivienda en México", del periodista Richard Marosi para Los Ángeles Times.
Publicado originalmente en latimes.com
A medida que los desarrolladores levantaron enormes proyectos de vivienda en todo México, las casas que construyeron fueron cada vez más pequeñas.
Hoy en día, hay aproximadamente 1 millón de casas tan pequeñas que se les conoce como las minicasas.
Una mini casa cuenta con un dormitorio, baño, sala de estar y cocina en aproximadamente 325 pies cuadrados, (30.19 metros cuadrados) un espacio más pequeño que un típico garaje estadounidense para dos automóviles.
Apiladas en unidades de 50 casas de un lado a otro lado, se ven como casas de muñecas en ruinas.
En el interior, pueden observarse los extremos de una vida confinada en un espacio muy limitado.
Las salas de estar se usan como dormitorios. Las mesas de comedor se empujan contra las paredes para dar paso a las literas. Las parejas duermen en rincones destinados a la lavadora. A la hora de la comida, los niños se paran o se turnan en pequeñas mesas de comedor. Los perros y las gallinas corren por los tejados repletos de juguetes, herramientas y productos de limpieza que no caben en el interior.
Aplastar las cosas es una preocupación constante: las personas brincan de un lado a otros los muebles, se tocan con los hombros y se mueven torpemente para ir de una habitación a otra.
Una carrera de obstáculos con brazos y piernas impide que Enrique Cruz, de 45 años, llegue fácilmente a la puerta de la calle en su camino al trabajo. Esparcidos en la sala de estar están sus dos hijos y dos sobrinos, que duermen en un sofá cama y un colchón inflable de SpongeBob.
“Siempre tengo que tener cuidado, cuando paso por encima”, dijo Cruz, quien vive en el desarrollo de Villa del Álamo en las colinas orientales de Tijuana.
La vida en una mini casa es como vivir en un palomar, dijo el primo de Cruz, Edgar Cruz, de 25 años, que vive al otro lado de la calle. “Vivimos como pájaros enjaulados, volando y chocando unos con otros”, dijo Cruz.
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Construidas de forma rápida y barata, las mini-casas fueron pensadas para ayudar a abordar la escasez de viviendas asequibles en el país y cumplir con la promesa de la Constitución mexicana de viviendas “dignas y decentes” para sus ciudadanos.
La mayoría de las mini-casas se levantaron durante el apogeo del auge de la vivienda a fines de la década de 2000. Los planificadores urbanos y arquitectos estuvieron en desacuerdo desde el principio con los pequeños diseños, argumentando que se trataba de un enfoque en el que se le daba más importancia a las ganancias que a las personas y que conduciría a una grave sobrepoblación y conflictos sociales.
Beatriz Meave barre mientras cuida de su nieto Ian Meave, de 1 año, en el desarrollo Villa del Alamo en Tijuana. (Brian van der Brug / Los Angeles Times)
Pero los desarrolladores, con la bendición del gobierno, construyeron más casas cada año. Las mini-casas se justificaron en ese momento como una forma de proporcionar vivienda a la población mexicana de trabajadores pobres, cuyos salarios solo podían pagarles viviendas con un precio de entre 15,000 y 25,000 dólares.
Las mini-casas no tardaron en convertirse en temas de debate de la política social: símbolos decrépitos y a menudo abandonados, de un programa de vivienda fallido. En 2013, el gobierno dejó de subsidiar las mini-casas y exigió a los desarrolladores que construyeran casas con al menos dos dormitorios.
Pero para aquellos que compraron las casas, por lo general, compradores de vivienda por primera vez, con poco o ningún ahorro, no hay una solución rápida, o escapan de las hipotecas que los encierran en las casas por hasta 30 años.
Una mini-casa es poco más que una caja rectangular de hormigón, con cinco enchufes eléctricos, un inodoro y una ducha. Muchas casas tienen solo nueve pies de ancho, con una delgada pared que separa una casa de la siguiente. Los sonidos del baño de los vecinos, las voces y los atronadores despertadores son el ruido ambiental de la vida cotidiana.
Los trucos para ahorrar un poco de espacio, son el pan de cada día. Las estufas se convierten en lugares de almacenamiento para platos y otros utensilios. Los refrigeradores sirven también como soporte para colocar la televisión. Las madres se paran en las sillas para alcanzar la ropa apilada en el techo. Los abrigos cuelgan de clavos colocados en la pared.
Los autos estacionados en las veredas de tierra, a menudo sirven como segundas habitaciones o salas de recreación para adolescentes que buscan privacidad. En los autos toman siestas, juegan videos en sus teléfonos celulares y hasta se juntan con amigos.
Alejandro Sandoval, en el asiento delantero, y Gerson Cruz, a menudo buscan privacidad en el automóvil familiar estacionado frente a su casa de un dormitorio en Tijuana. (Brian van der Brug / Los Angeles Times)
La familia Gabino, José, Julia y sus tres hijos, se adaptan tratando de redefinir los espacios.
El pasillo es un área de almacenamiento, repleta de cajas de ropa. La sala de estar, dominada por una cama tamaño queen, sirve como dormitorio para José y Julia. Las herramientas de herrería de José, se almacenan en el techo. El patio delantero funciona como el lavadero; ahí es donde colocaron la lavadora.
Al otro lado de la ciudad, en la zona de El Laurel, Saira Reyes, su esposo y sus dos hijas duermen en colchones uno al lado del otro en el dormitorio de su mini-casa. Queda tan poco espacio que Reyes tiene que mover uno de los colchones para poder abrir el cajón del tocador.
Lo absurdo de toda esta situación enfurece a muchas familias, pero la mayoría reacciona con resignación y un poco de humor.
Brenda Reyes, de 9 años, derecha, y su hermana Dana Reyes, de 8, izquierda, dibujan en el dormitorio que comparten con sus padres. (Brian van der Brug / Los Angeles Times)
La familia de Enrique Cruz, que cena por turnos porque no caben alrededor de la mesa, alivia el estrés haciendo bromas.
Su tema favorito es el de una familia que quería decorar su mini casa con una estatua de Jesús con los brazos extendidos.
Cruz ofrece la frase clave: “Tuvieron que doblarle los brazos para que cupiera en la casa”.
Enrique Cruz, izquierda, y su esposa, Angélica Ensastiga, han convertido la sala de estar en dormitorio, donde han colocado dos colchones. Comparten la mini-casa con sus dos hijos y dos sobrinos. (Brian van der Brug / Los Angeles Times)
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