El derecho a la ciudad, también negado a los pobres
Honduras, Diciembre 2012
Las ciudades son la columna vertebral de las actividades políticas, sociales y económicas de los países. Son los centros industriales, culturales y espacios de encuentros. De unas a otras varían por su tradición cultural y por sus atractivos arquitectónicos que suelen reunir cantidades de visitantes. Las ciudades son un vivo reflejo del modelo socioeconómico y político imperante. Si bien comprenden grandes conglomerados sociales que dicen ser de la ciudad, la ciudad no es para todos. La ciudad que es para unos, no es para otros. Aquellas personas que en las relaciones económicas ocupan un lugar marginal, con ingresos miserables, aunque sean de la ciudad, la ciudad no es para ellas. Digamos que residen en una ciudad que los comprende geográficamente y como grupo humano, pero no con la solidaridad, justicia y equidad que merecen. Las grandes desigualdades sociales, las injusticias, la inequidad y la falta de seguridad; al igual que la carencia de servicios básicos que caracteriza los barrios periféricos de los centros urbanos; sumado a los pésimos servicios de salud, educación y vivienda, son un cuadro transparente de lo que es la ciudad para aquellos habitantes castigados por la pobreza. La ciudad deja de ser un espacio habitable para las familias empobrecidas. Ciudades como Tegucigalpa y San Pedro Sula, y todos los centros urbanos dominados por el desarrollo industrial y las relaciones comerciales, se han convertido en ciudades-mercancía, donde los pobres ven tanto, pero no pueden comprar.
Y no solamente las influye el desarrollo industrial. Las ha penetrado ahora el narcotráfico y viven con la pesadumbre de un clima de ingobernabilidad y de violencia. Bien podrían llamarse narcociudades o ciudades-violencia. La inseguridad está presente en todo, comenzando por la dudosa administración de gobiernos locales, la pésima administración de justicia, la corrupción de los órganos policiales, la delincuencia común, los asesinatos por encargo y en general, por el colapso de la institucionalidad del Estado. No cabe duda que los más afectados con esta clase de ciudades, son los más vulnerables económicamente, los más desprotegidos. Es la población que por su pobreza no califica para tener un policía, o un soldado del ejército o un guardia privado cuidando su casa y su familia. El derecho a la ciudad como a tener un ambiente sano, es un derecho humano colectivo, que al igual que otros derechos, se les niega a los humildes. La gran paradoja es que al ser los trabajadores quienes construyen las ciudades, son excluidos del derecho de vivir dignamente en las mismas. Lo habitable de la ciudad, no es para ellos. Nuestras ciudades son de exclusión permanente para quienes la edifican. Con mano de obra mal pagada se construyen sus bellas residenciales, soberbios edificios, lujosos hoteles y sus grandes avenidas. Pero, los trabajadores viven en espacios marginales, excluidos del desarrollo cultural de la ciudad. Estos habitan espacios como los bordos de San Pedro Sula, que estando en el centro de la ciudad no tienen derecho a la misma y viven como escondidos. Por estos lugares no desfilan personalidades en ocasiones en que el Alcalde y sus Regidores enseñan la ciudad. Para los ediles, esto no es ciudad. Salen los trabajadores de sus escondites a construir los servicios básicos que ellos no tienen; otros, a recoger la basura con el carro recolector que pasó por toda la ciudad, menos por sus barrio-escondites; van a los hospitales públicos en busca de salud, pero no hay medicina, aunque la ciudad está llena de farmacias y de hospitales privados. La ciudad no es solidaria con sus edificadores. Niega la vivienda a quien le construye sus lujosas mansiones. Niega sus avenidas porque no se hicieron para el caminar de los pobres. Las ciudades construidas con sudor de trabajadores, les niega hasta el derecho de un empleo digno. Ahora que el desempleo es descomunal el que quiera trabajar tendrá que hacerlo por hora, o por unos cuantos días. Así lo manda el código neoliberal y el manual de ganancias del empresario. Así lo ordenó el Congreso Nacional, por cierto, donde está el candidato a la Presidencia de la República del Partido Nacional. La ciudad está sucia y careta donde habitan los que pintan y limpian la ciudad de los otros; la ciudad está sin viviendas dignas donde viven los albañiles y peones que construyeron la ciudad de los otros. Y no hay esperanzas de viviendas, porque no hay tierras. Los otros, dueños de la moderna ciudad la han acaparado. Y aunque la adquirieron por unos centavos o por influencias políticas, esa tierra tiene un precio inalcanzable. Es que en la ciudad-mercancía la tierra es un bien comercial y no social. Si la tierra es un bien comercial, nunca tendrán vivienda digna los empobrecidos, como tampoco tendrán el derecho a la ciudad. El derecho a la tierra, a la vivienda, a la ciudad y a un país libre de desigualdades, tendremos que conquistarlo. Los invito. Fuente: Diario Tiempo
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