México. Palabras de agradecimiento ante la CDHDF, por parte de Enrique Ortiz de HIC-AL
México, Septiembre 2017
Fotografía tomada de la galería del evento de la CDHDF
Las siguientes palabras fueron expresadas por el arquitecto Enrique Ortiz de HIC-AL, en el marco de la clausura del foro internacional Crecimiento urbano y derechos humanos: desafíos para la política urbana en la Ciudad de México, durante el homenaje a él y a la Dra. Alicia Ziccardi, realizado por parte de la CDHDF el pasado 7 de septiembre.
Agradezco profundamente a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal este reconocimiento, y deseo hacerlo a nombre de todos los compañeros de camino que a lo largo de la vida me introdujeron al tema de los derechos humanos, como referente y ruta fundamental en la lucha que compartimos en la construcción de un mundo para todos.
Hoy que el dinero, el éxito individual y el lucro se han entronizado al centro de la ética que rige el sistema vigente, crece implacable la desigualdad social y la depredación acelerada de los bienes provenientes de la naturaleza; síntomas que evidencian su decadencia y cancelan su viabilidad futura.
El desarrollo concebido como crecimiento infinito, en beneficio de cada vez menos y más poderosas corporaciones y personas, constituye la gran contradicción de nuestro tiempo, lo que se confirma y expresa en el conjunto de problemas interdependientes que han conducido una profunda crisis civilizatoria, crisis que abre la posibilidad y el desafío de transitar hacia un cambio radical y profundo que nos conduzca a una nueva fase del desarrollo humano.
No se trata de algo determinado por el destino o por el devenir histórico, ya que la única certeza que se abre ante nosotros es la incertidumbre. Es posible dar un paso transformador hacía adelante, pero también es factible la profundización de la barbarie que hoy avanza en nuestra ciudad y se enseñorea y toma fuerza en muchos rincones del planeta.
Lo que no podemos hacer es quedarnos sentados esperando que quienes son parte en la creación del problema sean quienes cambien de rumbo. La esperanza no es una mera espera sino la fuerza que nos impulsa a cambiar nuestra cómoda pasividad en acción transformadora y decidida.
La sabiduría indígena de nuestro continente, ignorada y despreciada durante más de cinco siglos, resurge para plantearnos el buen vivir como camino alternativo. Desafío que recoloca al ser humano, en armonía con los ritmos de la naturaleza, al centro de nuestra ética y de nuestro quehacer en la construcción de un mundo a la vez vibrante en su diversidad y unido en el propósito de preservar la vida.
También de contribuir a construir la tierra- patria de la que nos habla Edgar Morin en un lúcido texto que nos convoca a superar el concepto vigente de desarrollo centrado en lo económico, para avanzar a un estadio superior de hominización basado en el “desarrollo de nuestras potencialidades psíquicas, espirituales, éticas, culturales y sociales”, noción multidimensional que como señala en otro de sus textos nos conduzca a:
Recuperar nuestros ritmos vitales, ir más despacio. Frenar el diluvio técnico que amenaza las culturas, La civilización y la naturaleza. Desacelerar para poder regular, controlar y preparar la mutación. Considerar al ser más importante que el tener, la calidad Que la cantidad. Asociar la autonomía y la comunidad. Restaurar la comprensión, el don, la gratuidad y la convivencia.
Pero debemos estar alertas al apostar por caminos que corren a contracorriente del sistema, ya que este opera como un profundo hoyo negro que embebe a su favor toda iniciativa que pretenda avanzar hacia un mundo diferente.
Todo tiende a ser diluido y manipulado, incluso los derechos humanos. Así en el campo en el que se nos convocó al foro que antecedió a esta ceremonia, el derecho a la vivienda, concebida y producida masivamente como mero objeto y mercancía ubicada en donde el precio de la tierra permita una mayor ganancia, se maneja y exalta públicamente como la respuesta que concreta la realización de ese derecho.
Se destruye con ello el significado profundo del habitar humano, que es la relación que se establece entre el habitante, a partir de su cultura y formas de vida, de sus necesidades y sus sueños, con el lugar específico en el que habita, caracterizado por su paisaje, su clima, su topografía y los recursos naturales de que dispone.
El peregrinaje que desde la mítica Aztlán llevó a las tribus nahuas a establecerse en el Valle de México y, en su última migración a edificar la gran Tenochtitlán al centro de un lago, dan cuenta de ese proceso de búsqueda y apropiación del lugar que da pertenencia, identidad y arraigo a una cultura y profunda significación a un territorio.
El derecho a la ciudad convertido en declaración demagógica de acceso a la ciudad segregada e injusta existente y el derecho de los poderosos a especular sin restricciones, a destruir, en aras de la modernización y el “progreso”, el patrimonio natural y el generado por la creatividad humana y a desplazar de sus lugares a quienes menos tienen, es algo inadmisible, sobre todo cuando se promueve, se protege o se ignora por quienes se proclaman ante el mundo como garantes de los derechos humanos de su pueblo.
El despojo del que hoy son objeto las comunidades indígenas y campesinas de nuestro país y de gran parte de nuestro planeta, impone los derechos mercantiles de las corporaciones trasnacionales sobre su derecho ancestral al territorio, al lugar y a la vida misma. Al convertir los bienes comunes en mercancía apropiable y disputable por los poderosos, no solo se violenta la vida de quienes los han preservado durante siglos como recurso indispensable para su subsistencia y su disfrute sino que se destruye el equilibrio de los ecosistemas y se atenta contra la riqueza biodiversa que los habita. Su actuar conlleva riesgos graves a la salud y a la seguridad humana al contaminar las fuentes de agua potable, el aire e incluso los suelos, y al intervenir violentamente contra quienes se oponen a sus actividades.
Esta distorsión del sentido con el que fueron concebidos los derechos humanos nos obliga a revisar críticamente las actividades que realizamos en su nombre desde una perspectiva de justicia social y ambiental; a cuestionar la actuación de las instituciones públicas cuando son ignorados o distorsionados en favor de intereses políticos o económicos; a difundir e informar ampliamente a la población que sufre con mayor frecuencia las consecuencias derivadas de la desigualdad y la pobreza sobre sus derechos y los caminos para defenderlos y hacerlos efectivos; a concebir, promover y poner en práctica experiencias innovadoras que coloquen al habitante como sujeto activo, corresponsable y solidario en la satisfacción de sus necesidades.
De ahí la importancia del papel que cumplen los defensores de los derechos humanos y quienes trabajan para concretarlos en apoyo de las iniciativas, esfuerzos y luchas populares.
Hoy, en el campo del hábitat se conjuntan la experiencia y la voluntad transformadora de movimientos y organizaciones sociales, organismos civiles y académicos, vinculados a redes nacionales e internacionales que apoyan a comunidades y organizaciones sociales en las actividades que desarrollan para hacer efectivos sus derechos a la vivienda, al agua y a otros derechos vinculados al hábitat y a su lucha por defender su territorio y sus lugares.
Las consecuencias de la corrupción, la impunidad, la violencia y la discriminación que estos enfrentan y en las que se centra principalmente el trabajo de los organismos defensores de los derechos humanos, tienen un impacto masivo en las posibilidades de satisfacer los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de millones de personas en nuestro país y de un número creciente de habitantes de la Ciudad de México. De ahí la importancia de que La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal intervenga con mayor atención tanto a las demandas de apoyo de los afectados como en la promoción de nuevos enfoques institucionales que eviten las graves violaciones que impactan la vida de quienes menos tienen y abran nuevas perspectivas en apoyo de sus iniciativas y de la plena satisfacción de sus derechos.
Es con la convicción expresada en estas reflexiones, que acepto este reconocimiento que me honra y me compromete a seguir adelante.
Enrique Ortiz Flores
7 de septiembre, 2017
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